El pasado 26 de octubre asistimos a un acto organizado por Atyme, bajo el epígrafe “27 años divulgando la mediación” y esto ya podría ser un buen motivo para escribir unas líneas, pues 27 años es mucho tiempo realizando esta difícil tarea y merece todo nuestro reconocimiento y valoración.
Ahora bien, la principal motivación para reflexionar “en voz alta” nace de una casualidad. Estábamos en el turno de preguntas de los asistentes, cuando alguien tomó la palabra para compartir algo que le andaba rondando hacía rato… “cuando yo era muy pequeño, en mi pueblo, había un señor al que muchos acudían, agobiados con sus problemas y mágicamente, parecía ayudarles… yo pensaba ¡qué hombre tan sabio, que para todos tiene solución!…y hoy aquí, me pregunto ¿no sería que lo que hacía este hombre era mediación?”
Fue el profesor Carlos Giménez quien se apresuró a responder “en este punto tocas mi corazón de antropólogo” dijo y pasó a relatarnos como efectivamente “no hay nada nuevo bajo el sol”.
La mediación existe desde siempre y sólo hay que echar una mirada al devenir antropológico de diversas culturas para comprobarlo, por ejemplo, en la comunidad de los wayuus asentada entre Colombia y Venezuela, tienen un sistema normativo inspirado en principios de reparación y compensación, que es aplicado por las autoridades morales autóctonas: los pütchipü’üis o “palabreros”, personas experimentadas en la solución de conflictos y desavenencias, de modo que cuando surge un litigio, las dos partes en conflicto, los ofensores y los ofendidos, solicitan la intervención de un pütchipü’üi.
Tras haber examinado la situación, éste comunica a las autoridades pertinentes su propósito de resolver el conflicto por medios pacíficos. Si la palabra –pütchikalü– se acepta, se entabla el diálogo en presencia del pütchipü’üi que actúa con diplomacia, cautela y lucidez.
Si viajamos hasta Hawai nos encontramos con el ho-o-pono-pono, un arte muy antiguo de resolución de problemas basado en la reconciliación y el perdón.
Los hawaianos originales, los primeros que habitaron Hawái solían practicarlo, siendo los kahunas, maestros, sacerdotes o consejeros aquellos que curaban con las palabras.
Y si nos quedamos dentro de nuestras fronteras, nos topamos con el Tribunal de las Aguas de Valencia, una institución de Justicia encargada de dirimir los conflictos derivados del uso y aprovechamiento del agua de riego entre los agricultores de la provincia. Está compuesto por aquellos que han sido elegidos democráticamente de entre los miembros regantes de su respectiva comunidad y siempre se busca a los miembros más honestos y justos en cumplir con su deber. Su autoridad moral ha hecho posible su pervivencia hasta nuestros días y es tal el respeto que se tiene a sus resoluciones, que siempre han sido acatadas, hasta el punto de que no ha sido nunca necesario acudir a la jurisdicción ordinaria para el cumplimiento de las mismas.
Podríamos seguir poniendo ejemplos, pero no pretendemos ir más allá, pues nos quedamos con lo que estos representan, que no es otra cosa que la evidencia, de que igual que el conflicto es inherente al ser humano, parece ser que la gestión del mismo por medios pacíficos también lo es y quizá esta sea la mejor de las noticias, es posible que la mediación no traiga nada nuevo, que se trate de algo que ya era nuestro, pero que algo o alguien tiene que recordarnos, que todos tenemos a nuestra disposición la palabra para generar acercamiento y que si solos no podemos entendernos, no hay problema, lo haremos con la ayuda de un tercero, mediando.
Rosario Campos Macías